Hoy día se cree que la mayoría de las galaxias albergan agujeros negros muy masivos en sus centros, aunque con frecuencia permanecen en un discreto silencio y cuesta detectarlos, como sucede en el caso de nuestra propia Galaxia. Pero en ocasiones los agujeros negros están rodeados por discos de material que cae sobre ellos (discos de acreción). El material que cae se calienta y emite cantidades enormes de radiación: el núcleo activo de una galaxia puede manifestarse entonces como un cuásar.
Un agujero negro muy masivo tiene alrededor un disco de acreción que genera la actividad habitual en los cuásares. Pero cuando un segundo agujero negro, mucho más ligero, orbita alrededor del otro y choca con el disco de acreción dos veces en cada órbita, y estos impactos desencadenan los pulsos casi periódicos. La universidad de Turku, Finlandia, ha analizado en detalle el comportamiento de estos sistemas y galaxias supermasivos. Al cronometrar los cambios de brillo a lo largo de muchos años han logrado trazar la órbita del agujero negro pequeño, y este método permite evaluar con precisión la masa del agujero negro central.
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